Los instantes son como piezas de arte únicas, firmadas por el autor, o sea, por ti mismo, por ti misma

Cada segundo de nuestra vida es un instante artesano, hecho a mano y del que no puede haber una copia exacta. Su valor es extraordinario y su existencia todo un milagro.

Son de un solo uso. Se consumen rápida o lentamente, y lo único que nos queda de ellos es el recuerdo en un banco de memoria que tiende a vaciarse precisamente con el tiempo…

Si somos capaces de entender que la vida, no son grandes trazos sino pequeños instantes, podríamos urdir una gran trama que pudiese acabar con la sinrazón y con la desgracia. Las grandes construcciones de edificios, que se levantan “a saco” y en escaso tiempo, son menos agradables, no-complacientes e inseguros que los que se hacen al detalle.

Incluso las relaciones humanas precisan del tiempo: del tiempo de calidad. El tiempo es inmediato. Te invita a optar. El tiempo no te espera pero cuenta contigo a cada momento. ¿Has subido ya al tren de tu tiempo? ¿O sigues sentado en una estación sin nombre y sin billete? ¿Has osado preguntarte hacia donde te gustaría ir? El tren del tiempo pasa a cada momento. Es más, a cada instante está pasando uno… ¿Cuánto tiempo hace que no subes a tu tren?

Había una vez, al inicio de los tiempos, en un lugar muy lejano, que los dioses decidieron crear a los seres humanos. Al principio, los crearon de carne y hueso, dotándolos de sentimientos, emociones y algo de sentido común. Les dieron una boca, dos oídos y una nariz, para que percibiesen el entorno maravilloso en el que habían sido creados.

Les dieron dos piernas para que al correr, pudiesen sentir el viento en sus mejillas.

Les dieron dos manos, para que pudiesen acariciar a las otras personas, como quien acaricia a las flores en primavera.

Les dieron también una mirada preciosa, para que se pudiesen contemplar mutuamente y saber cuando sufrían y cuando estaban alegres, y para así poder alegrarse y amarse mutuamente con solo mirarse a los ojos.

A sus piernas las dotaron de rodillas, para poder sentarse y descansar en el cansancio y poder acompañarse sentados y detenidos en un bonito instante.

Fueron tantos los maravillosos complementos, que sólo les faltó uno para ser como los mismos dioses: La Felicidad.

Los dioses, pensaron que ese era el único detalle que no darían al ser humano, por eso decidieron guardarlo celosamente para que no lo encontrasen nunca.

Entonces, uno de los dioses dijo: Conque el hombre es rápido y le gusta la velocidad, deberíamos buscar un lugar donde el tiempo se detenga, para allí esconder la Felicidad. Con sus prisas, nunca podrán ser felices. Serán ciegos ante la evidencia. Pero… ¿Dónde puede haber un lugar donde el tiempo se detenga para contemplar la Felicidad?

– La esconderemos en el mar, en lo más profundo del océano… allí existe la calma y además es imposible llegar.

A lo que los demás dioses dijeron: – seguro que llegará un día en el que el ser humano, construirá un barco o un submarino y conseguirá llegar hasta la fosa más profunda y la encontrará. El ser humano es muy tenaz. Ése no es el mejor lugar.

Otro de los dioses propuso esconderla en lo más alto de la montaña más alta… donde existe la más absoluta calma y es muy difícil llegar. Pero los otros dioses pensaron que también allí llegarían los seres humanos, pues eran unos seres muy intrépidos.

Hubo un dios que propuso colocarlo en el tranquilo y pacífico cielo, en el espacio interestelar… pero claro, los otros dioses pensaron, que con lo curiosos que eran los seres humanos, acabarían por querer saber qué hay en las estrellas y acabarían construyendo algún cohete espacial para explorar el espacio y lo acabarían por descubrir.

Al final, hubo un dios que pensó el lugar ideal, donde los hombres no se les ocurriría buscar. Este es un lugar profundo, inmensamente bello, el más bello de todos los lugares que los dioses habían creado. Era el lugar más grande y a la vez el más pequeño. Un lugar donde el tiempo se detiene para contemplar la dulzura de la humanidad. Para llegar hasta él, había que emprender un viaje largo y arriesgado… los hombres no conseguirán llegar nunca. Sin embargo, es la mejor morada para el ser humano. El día que lo descubran no querrán volver de allí, pero es tan improbable que lleguen a ese lugar… Está tan bien escondido y tan bien camuflado…

Los demás dioses estaban deseosos de saber cuál era ese lugar donde se detiene el tiempo, tan lejano y tan bello a la vez.

El dios que tuvo la idea les dijo: el lugar donde colocaremos la esencia divina de la Felicidad será en el mismo interior de todos y cada uno de los seres humanos, justo donde el tiempo se detiene y los hace eternos, divinos y amorosos.

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