RE-SER, vuelve a re-ser: 2ª edición, ¡muchas gracias!

  Dime, amigo, ¿cuál es la diferencia entre la inteligencia y la ignorancia? – A lo que su amigo respondió: – La misma que hay entre la bondad y el inútil sufrimiento. – No entiendo… dijo su amigo desorientado. – A lo que le respondió: – Escucha la siguiente historia: Había una vez un poblado, […]

RE-SER (2ª edición)

RE-SER (2ª edición)

 

Dime, amigo, ¿cuál es la diferencia entre la inteligencia y la ignorancia? – A lo que su amigo respondió:

– La misma que hay entre la bondad y el inútil sufrimiento.

– No entiendo… dijo su amigo desorientado. – A lo que le respondió:

– Escucha la siguiente historia:

Había una vez un poblado, en un lejano lugar, donde había una montaña enorme de arroz perfectamente cocinado, exquisito y que desprendía un aroma que enamoraba. Había abundante arroz, suficiente para todos y cada uno de sus habitantes.

Sin embargo, sus palillos de comer arroz eran muy largos. Eran tan largos que les era imposible llevarse el excelente arroz a la boca. Y así fue como, poco a poco, cada uno de los habitantes de aquel pueblo fueron muriendo de hambre ante la imposibilidad de comer cada uno su propio arroz.

En otro pueblo, muy cerca de allí, había también una enorme y humeante montaña de arroz. Era aquella una montaña que bien podría alimentar a aquel pueblo y a tres más. En aquel pueblo, como en el anterior, los palillos de comer arroz eran muy largos, tanto que impedían llevarse a la boca el exquisito manjar. Sin embargo, los habitantes de aquel pueblo, en lugar de preocuparse por comer cada uno lo suyo, hacían todo lo contrario, con aquellos palillos podían dar de comer al otro. No solamente no murió nadie de hambre, sino que todos cuidaron de todos.

Cooperar es ante todo cuidar del otro.

¿Podría ser éste el camino hacia el cambio?

RE-SER ha vuelto* para quedarse en el lugar donde se produce la verdadera revolución: el corazón de todos y cada uno.

*La 2º edición de RE-SER ya está en los quioscos, con la revista de junio de ‘Mente sana’.

¡Un abrazo fuerte!

ACTUALIZACIÓN!

La 2ª edición de RE-SER vuelve a los quioscos, esta vez junto a la edición de enero’15 de la revista CUERPO MENTE

Una luz en el metro

¡Hola! ¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¡Espero que estés bien! La semana pasada, camino al trabajo, bajé al metro. Como siempre, una muchedumbre de gente inundaba los angostos pasadizos del subsuelo de Barcelona. De pronto, todos comenzaron a acelerar el paso, algunos incluso comenzaron a correr sorteando a las demás personas. Parecía una carrera… Yo no […]

Imatge

¡Hola! ¿Qué tal? ¿Cómo estás?

¡Espero que estés bien!

La semana pasada, camino al trabajo, bajé al metro. Como siempre, una muchedumbre de gente inundaba los angostos pasadizos del subsuelo de Barcelona.

De pronto, todos comenzaron a acelerar el paso, algunos incluso comenzaron a correr sorteando a las demás personas. Parecía una carrera… Yo no iba muy bien de tiempo, como de costumbre, pero pensé en no hacer lo que los demás hacían y decidí ir más lentamente de lo que ya iba. Evidentemente, cuando llegué al andén, el metro ya se había ido. No había nadie en aquel túnel, nadie. Es curioso como en pocos segundos el mundo cambia tan radicalmente, ¿verdad?

Llevaba ya unos instantes sentado en el banco de hierro, cuando noté que alguien se sentaba justo a mi lado. Yo, inmerso en la lectura de un interesante artículo, miré de reojo a quien, ante la posibilidad de sentarse en todos los sitios que habían disponibles (todos), decidió hacerlo justo a mi lado.

Era una ancianita y su nieta. Hablaban de cosas, de cosas sin importancia…, sin embargo, la niña preguntó:

– ¿Cuándo sabremos que está viniendo el tren?

A lo que su abuela, pacientemente, respondió:

– Cuando veas un punto de luz en el fondo del túnel, entonces, ya faltará poco…

La niña no dejaba de mirar fijamente al interior del túnel, mientras su abuelita le contaba la siguiente historia:

– Las personas son como los trenes: todos tienen una luz que les alumbra el camino, aunque no todos son iguales: Hay trenes que tienen una luz tenue, éstos son los que nunca te esperas; y cuando llegan, se van sin más. Otros tienen una luz de muchos colores; son trenes que alegran la vida allí por donde pasan. Otros tienen una luz apagada, van a ciegas y es muy complicado saber si vienen o van; o si se ausentan o están.

Sin embargo, hay trenes que tienen una luz tan inmensa que se ve de lejos: estos trenes son esperados, pues anuncian buenas noticias. Es más, estos trenes tienen tanta luz que cuando llegan te invitan a subir y en su interior pueden despertar la luz de quienes habitan dentro de él. Y allí, en su interior, se tejen historias maravillosas, permiten a sus pasajeros llegar hasta sus destinos. Los trenes de luz intensa nos llevan generosos a través de los túneles de la oscuridad, regalándonos una clara oportunidad y donde todos podemos despertar nuestra propia luz.

– ¿Y el nuestro cómo será, abuelita?

– Tú eres mi tren, cariño. – Respondió ella.

Valió la pena ir más despacio aquella mañana.

¡Un abrazo fuerte y buena semana!

Santi

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¡Hola! ¿Qué tal estás?

Ya hacía días que no te escribía.

He estado viajando. Han sido meses de muchos paisajes y de conocer muchas nuevas miradas.

Espero que estés bien.

Quería contarte una historia que comenzó hace algo más de tres años. ¿Me sigues?

Su nombre es Estefanía. Era una chica de unos 16 años. Le era imposible estar en clase sin llamar la atención, gritando, insultando o removiendo la mesa donde colocaba chulescamente las piernas. Era guapa, muy guapa, pero ella no lo sabía.

Yo iba a dar una conferencia sobre inteligencia emocional y comunicación. Por supuesto, yo era un pretexto perfecto para poner en escena su más destructivo espectáculo. Los profesores me habían avisado.
Ante sus primeros atrevimientos, no dudé en dirigirme a ella:

–    ¿Quién eres?
–    Soy Estefanía. – Dijo ella con desprecio hacia mí.
–    Creo que no me he expresado bien. – Le interrumpí yo. – Te he preguntado que quien eres…
–    ¿Y tú no me oyes o qué te pasa? ¡Te he dicho que soy Estefanía! ¡Soy la Fany!
–    ¿Sólo eso eres tú? – Dije yo con mi calma propia. – ¿Eres un nombre? Pensé que eras algo más que eso…
–    Soy estudiante, o bueno, eso hago ver. – Dijo ella mofándose y riéndose.
–    Tampoco te he preguntado a qué te dedicas, sino quien eres… Lo que uno hace es algo circunstancial, ¿no? A veces eres estudiante, a veces gritas, a veces insultas, a veces lloras, a veces… ¿Te gustaría que alguien te juzgase o etiquetase por todo eso? No sería justo, ¿verdad? Supongo que tú debes ser algo más que todo esto que haces…
Te lo voy a preguntar otra vez. Es una pregunta importante: ¿Quien eres?

A lo que Estefanía, enraviada, se levantó de su silla tirándola por el suelo, y salió del aula en medio de la tensión que se había generado en la clase.

–    ¡Si tú sales, yo también salgo! – Grité yo.
–    ¡Haz lo que te dé la gana! – Gritó ella dando un portazo al salir.

La semana pasada, (tres años más tarde) me le encontré. Estábamos tomando un café en el Poble Sec.

–    Estefanía, ¿cómo es que has llegado tan lejos? Estás ya en segundo de bachillerato, vuelves a vivir con tus padres y ahora me dices que quieres estudiar enfermería? Ahora eres amable, educada, dulce… Ha debido ser un enorme esfuerzo para ti. ¿Cómo has podido? ¡Eres realmente muy fuerte! Y además, estás tan guapa, Estefanía…

–    Bueno, sí, ha sido complicado. Ya conoces mi vida. Pero te he de confesar una cosa. No es que yo sea fuerte. Es que hasta aquí, donde ahora me ves, llegó primero mi corazón: aquello que yo soy por encima de todo; y el resto de mi cuerpo y de mi voluntad, no les costó mucho seguirle.

Estefanía era una chica de 16 años, que practicaba junto a su tia la prostitución en el Raval de Barcelona. Iba cada dos o tres días a casa de sus padres a ducharse; y al instituto venía porque la policía la obligaba. No había ningún futuro para ella en esta ciudad, que se preocupa más por unas olimpiadas que por cuidar de sus hijos. Sin embargo, todo lo que amásemos profundamente se convertiría en parte de nosotros.

Off topic 01: Cualquiera diría que salió enfadada… yo creo que salió, sin saberlo, a saber quien era.
Off topic02: Yo también salí… para ver quien era.
Off topic03: ¿Y tú? ¿A quién sigues?

¡Un fuerte abrazo!

Santi.

¡Hola!

Esta semana pasada volvía de ‘Les Terres de l’Ebre’. Ese lugar maravilloso, donde el mar y el cielo se confunden con la tierra, y uno no sabe si está en uno o en otro lugar. Hacía un tarde preciosa. El sol aún saludaba los arrozales en su despedida diaria. ¿Quién dijo que las despedidas no tenían color?

No pude evitar salir del coche y pasear a orillas de aquellos campos que se besan con el mar, alejándome cada vez más de mi origen…

Y de pronto descubrí un enorme árbol en medio del plano paisaje: era nada más y nada menos que un inmenso níspero. ¡Era tan precioso! Tan bello y solitario en medio de aquel paisaje de peinados campos de arroz por un sol que lo delicaba… Me acerqué y comí un hermoso níspero que se me dehizo en la boca fresco  y dulce. Cuánta exhuberante vida en mi boca… Y sin poder evitarlo, el sol de media tarde me durmió bajo la sombra de aquel generoso árbol.

De pronto desperté. Ya había anochecido y el coche estaba lejos. Debía atravesar unos centenares de metros entre caminos, arrozales y oscuridad, hasta llegar al coche. Suerte de la luna, que siempre da una mano.

Caminando a tientas entre los canales, un ruído extraño sonó en el agua…
Y de pronto, un tipo con gafas de sol y pinta de macarrilla se acercó en una barca con un farolillo encendido. Un gin-tonic cogido de forma chulesca le delataba… era él otra vez.

– ¿Qué tal, Santi? ¿Qué te trae por este paraíso del Ebro a estas horas?

Yo ya me veía otra vez llevándolo de vuelta a Barcelona y encima invitándolo a cenar… Éste, desde que ha descubierto esto de ser humano, que se ha convertido en un gorrón, pensé para mí.

– ¡Te he oído, coach! – ¡Ostras! ¡No recordaba que Dios lee el pensamiento! – Pero tranquilo, – continuó él. – Me voy a quedar unos días por aquí. Aquí se está demasiado bien…

– No pasa nada, ya me iba, solo estaba descansando… – Le respondí.

– ¿Y ya has dado las gracias por descansar? – Me dijo él.

Ya imaginaba que algo quería enseñarme.

– Venga, sube al bote que te llevaré hasta tu coche.

Y así me vi, navegando en plena noche, en una barca con Dios y su cubata, por el Delta del Ebro.

De pronto, y como no podía ser de otra manera, algo sucedió: en medio de la más cerrada noche, nos encontramos a un antiguo señor, tras una antigua barraca. Tenía no menos de noventa años, el cual, cada noche desde hacía años iba a plantar, nada más y nada menos que ¡nísperos!

Es curioso ver como un hombre tan mayor plantaba un árbol que tardará no menos de ocho o nueve años en dar frutos. Aunque él me ignoró… no pude resistirme preguntarle:

– ¡Buen hombre! ¿Qué hace usted plantando un níspero en medio de un arrozal y a estas horas? – ¿Usted vivirá los años suficientes como para poder recoger los frutos y disfrutarlos?

– Ja, ja, ja – Sonrió el hombre sin ni siquiera mirarme, a la vez que me respondía. – Creo que no, joven. No creo que viva mucho más de lo que ya he vivido, ¡soy viejo! Pero ¿sabe una cosa? Llevo toda la vida comiendo nísperos que yo no he plantado: ¡Ya estaban aquí! Los plantaron personas que vivieron mucho antes que yo, y que tuvieron la generosidad de hacerlo para que otros, como yo, pudiésemos disfrutarlos en el futuro. Ahora, lo único que hago es devolver su generosidad, traspasándola a los que vendrán. Es una cuestión de gratitud, joven. No quiero estar en deuda con la humanidad: al contrario. Quiero que nuestra cadena, nuestra humana cadena continúe. Es un simple hecho de justicia y de corresponsabilidad. Yo soy y pertenezco a la humanidad, no es al revés.

Yo flipaba mientras él continuaba cabando la tierra sin mirarme.

– No quiero pensar que los nísperos que comí de joven eran míos. Los nísperos no eran ni son míos. Alguien los preparó para mí, y mi responsabilidad es entender que nada me pertenece en este mundo, todo es un préstamo generoso que he de continuar dando a quien me precede.

– ¿Y lo de la noche? ¿Porqué viene a plantarlos de noche?

– Porque las buenas obras se hacen en la intimidad. Para que cuando amanezca, alguien como tú pueda encontrarse un níspero en medio de un arrozal, se pueda admirar por su belleza, pueda descansar bajo su sombra y pueda nutrirse con sus frutos.

Y sin pensarlo, salí del bote y me puse a plantar nísperos con él

Santi.

off topic

  • Creemos que nosotros tenemos el mundo… y quizá somos nosotros los que pertenecemos y formamos parte de él.
  • Todos dejamos un legado en las personas que nos rodean. Todos dejamos una huella en el otro. Las personas nos traspasan y forman parte de nuestro particular universo y nosotros del de ellas.
  • Solo en un mundo sostenible hay espacio para el futuro. Solo un mundo conectado conscientmente puede ser sostenible.
  • ¿Cuantas veces plantamos en la vida? ¿Cuantas veces plantamos a lo largo del día?
  • Si echas a alguien, si le marginas, no plantas nada: Eres persona estéril, como estéril será tu vida.
  • Si acoges, si amas, estarás plantando: Serás persona fértil, como fértil será tu vida.
  • El día que salté de la barca…

¡Plantemos!

Despertar en París [Aventuras bajo una farola en la ciudad de la luz]

¡Hola! Fueron tres días de alegría completa. París nos dejó su escenario para pasear nuestro amor por sus calles. ¡Qué bueno que es París! Cada mañana era un precioso amanecer entre sus rubios cabellos, alegres risas esparcidas por las calles y aventuras improvisadas sin parar. Y precisamente, una de las cosas que con ella aprendí […]

¡Hola!

Fueron tres días de alegría completa. París nos dejó su escenario para pasear nuestro amor por sus calles. ¡Qué bueno que es París! Cada mañana era un precioso amanecer entre sus rubios cabellos, alegres risas esparcidas por las calles y aventuras improvisadas sin parar.

Y precisamente, una de las cosas que con ella aprendí fue a “despertar”.
Descubrí que despertar por las mañanas no es solamente abrir los ojos, ducharme y desayunar… Despertar es algo muy distinto.

Hay muchas personas que vuelven del sueño, pero no despiertan en todo el día: son durmientes andantes.
Hay personas que van a trabajar cada mañana y toman decisiones importantes, pero siguen sumidas en su más profundo dormir.

Aquellos días aprendí a despertar cada mañana dejándome llevar por la música. Sí, la música que ella ponía cada amanecer.

¿Alguien ha bailado suavemente alguna vez dentro de las sábanas? Os lo recomiendo.
¿Alguien abraza cada mañana a su amor aliñado por la melodía de una música? (…)

Ella, me enseñó que despertar era otra cosa mucho más importante que un simple abrir de ojos o que un correcto “buenos días”. Despertar, me dijo, es “saber que no somos eternos», que lo que nos estaba pasando era un milagro y que nuestro compromiso era hacer que ese milagro nos despertase una vez más.

Y me decía: “O conectamos con la vida en este preciso instante y me amas como si fuese hoy nuestro último día, o seguiremos durmiendo como cada día…
Y me decía: “ Las historias compartidas son las que nos convierten, no en seres vivos, sino en seres vitales”.

Y así explicábamos cuentos e historias cada noche, las nuestras, de las que ya éramos protagonistas. Y me decía que a través de los cuentos e historias la vida se abre camino. Historias compartidas, me contaba. Os explico el primer cuento que me susurró:

“Había una vez que a las puertas de cielo llegaron cinco bellas viajeras.
El centinela alzó la voz y les preguntó:

– ¿Quién sois?
– Yo soy la Juventud. – Dijo la primera.
– Yo la Inteligencia. – Añadió la segunda.
– Yo soy la Comprensión. – Susurró la tercera.
– Yo soy Religión. – Rezó la cuarta.
– Y yo, soy la Sabiduría. – Asintió la última.
– ¡No me lo creo! – Dijo el centinela. – ¡Tendréis que demostrárlo! – Setenció.

Entonces, la Juventud sonrió y danzó, la Inteligencia analizó y opinó, la Comprensión se recogió y escuchó; la Religión rezó, y la Sabiduría… la sabiduría contó un cuento».

Comienza el año, y con él, nosotros, justo después del despertador, podemos abrir los ojos dormidos o abrir los ojos despiertos y despertar el alma, el corazón, y crear juntos una historia increíble: nuestra historia.

¡Bienvenido 2012!

¡Un abrazo fuerte!

Santi

Hola!

Estuve tras ella toda la noche. Las calles de París estaban ya nevadas. Pregunté en un bar, luego en otro. Pregunté hasta a un cura que por allí pasaba, y nadie la conocía.

Aquella tarde la vi en la cafetería de la biblioteca. Era bella sin más adjetivos.

Desolado por no tener éxito en mi querer por encontrarla y conocerla, me senté bajo una farola, en medio de una larga avenida repleta de árboles, cuando de pronto, un flequillo despeinado que subía a un bus, llamó mi atención: era ella.

Corrí con todas mis fuerzas hasta aquellas puertas que se cerraban y que ya rodaban calle arriba. Sin dudarlo, cogí mi bici y me puse a pedalear tras el nocturno bus. Ella me vio desde el cristal de atrás, y continuaba sonriéndome como entre las estanterías de la biblioteca. En una cuesta con demasiada pendiente, como en la vida misma, perdí al auto de vista.

Como siempre, no quise dejar de intentarlo. Y en la soledad de la noche, la calle se convirtió en carretera y la carretera me llevó a las afueras de la ciudad. Y allí, a lo lejos volví a ver el bus, del que descendía ella y se encaminaba hacia su casa, mientras seguía mirándome en su horizonte y me saludaba sonriendo.

Cuando llegué, ya había entrado. Era una bella casa, cerca de un lago hermoso de aguas cristalinas. Me preparé tanto como pude, recuperé el aliento y me acerqué decidido hasta que el tocar de mis dedos con la madera, llamó a la puerta.

Toc, toc, toc…

Nadie respondió…

Toc, toc, toc… volvieron a sonar nerviosos mis dedos contra la insistente puerta… y esta vez, se escuchó una voz expectante más allá del portal:

– ¿Quién llama? ¿Quién es?

A lo que yo, impaciente, respondí:

– Soy yo…

– Entonces vete… – Dijo la voz de la chica sin abrir.

Me quedé tan inmóvil como entristecido. Sin pensarlo mucho, volví a llamar:

– ¿Quién llama? ¿Quién es? – Volvió a decir la voz de aquella muchacha.

– Soy yo. – Respondí esperanzado.

– Entonces vete, no me interesa tu visita. – Sentenció ella.

Cabizbajo y entristecido, sin entender nada, me senté al otro lado de la calle. No lo entendía, me había estado sonriendo. Había dejado que la siguiese. ¿Quizá había estado jugando conmigo?

Y andaba yo con estas cavilaciones, cuando un buen amigo, al cual ya hacía tiempo que no veía, el de los gin-tonics, me susurró algo al oído, a la vez que un suspiró conmovió todo mi cuerpo.

Rápidamente, me levanté y fui hasta la puerta, volví a llamar y esperé:

– ¿Quién es? ¿Quién llama? – Dijo la chica del flequillo…

A lo que yo respondí:

– Soy tú…

Y la puerta se abrió.

Santi

off topic

  • ¿Qué esperamos cuando nos acercamos a alguien? ¿Qué nos acerca a las personas que nos rodean? ¿Qué nos une a todos?
  • El de los gin-tonics me dijo que la empatía no es más que sentir lo que el otro siente y convertirse un poco más en el otro.
  • No hay manera más amorosa de acercarnos al otro, que sentir con sus ojos, con sus manos y con su corazón; no de palabra, sino de verdad.
  • Haz que el otro sea en ti.

¡Hola!

El sábado noche, después de Sant Joan, cogí el coche y fui a visitar Lleida, una ciudad en el interior de de Catalunya. La siesta se me alargó más de lo que hubiese querido, por lo que no pude salir pronto. Pero ya se sabe, después de la verbena… De hecho, la verbena del solsticio la celebré en la playa, así que pensé que ahora tocaba interior.

Sin embargo, algo sucedió: algo imprevisto me sorprendió cuando paré a repostar en una gasolinera en las afueras de Sabadell. Un señor hacía autoestop, con un cartel en la mano que ponía: ‘¿Me llevas a algún lugar?’ Si el texto era inquietante, aún más me lo pareció el personaje. De tanto que me sonaba su rostro que al final lo reconocí: ¡¡¡Era Dios!!!

Se ve que había decidido pasar el fin de semana fuera, y claro, con que no tiene dinero, pues se lanzó a la aventura.

Por supuesto, se vino conmigo y me lo llevé de nuevo hasta Lleida, un lugar que se levanta sobre una colina en medio de extensas llanuras. A Dios le gustó el campanario de la ‘Seu Vella’… ¿A quién no?

Después de pasear por el paradisíaco ‘Parc de la Mitjana’,fuimos de concierto cerca del mítico ‘River’ y finalmente acabamos visitando la noche desde lo más alto de la ciudad: un local de copas al aire libre justo en la mismísima ‘Seu’. Recuerdo que había una vista poco menos que espectacular. Vimos allí sentados la nocturna ciudad despierta, llena de luces y música, así como alguna que otra estrella fugaz.

Dios estaba contento y tranquilo tomándose un gin-tonic.

Y en medio de tanta noche de verano, me dijo:

– Me sorprende, Santi, que los humanos, hayáis desarrollado tanto el concepto del ‘doble discurso’.

– ¿Qué es eso? – Le pregunté yo.

– Es algo francamente perverso. Es justamente lo que dice una persona para justificar aquello que hace. Por ejemplo: estos días hablé con Selegna. Ya sabes, aquella mujer que conocimos en Plaza de Catalunya. Ella, dedica su vida a hablar de solidaridad, a la vez que dedica su vida a practicar la insolidaridad de la forma más cruel. Sin embargo, cuando ella habla de ella misma, puede autoconvencerse de que no es tan terrible lo que hace, y hasta puede convencer a sus familiares, amigos y conocidos, de que es una persona solidaria. Sin embargo solo es un discurso que sirve para pasar desapercibida en su afán voraz por ascender y conseguir más poder…

– Es horroroso lo que me cuentas, Dios.

– Sí, lo es… y la lástima es que estáis demasiado a acostumbrados a practicarlo. Selegna está envejeciendo a pasos agigantados, se está muriendo por dentro y ya casi no le quedan relaciones… Solo le queda una bonita sonrisa de vez en cuando, y demasiada amargura amagada y oculta con su ‘doble discurso’.

– ¿Se puede hacer algo para ayudarla, Dios?

– Sí… pero de momento, tómate otro zumo de pera, que yo me voy pidiendo otro gin-tonic.

A veces me pregunto, ¿cómo puede morir uno antes de tiempo? La respuesta es fácil. Sigue los pasos de Selegna. Ella ya ha comenzado a desaparecer como ser humano para convertirse en otra cosa llamada ‘voracidad argumentada’…

Santi

Me tocó pagar el menú, porque Dios no llevaba dinero

¡Hola! Y llegó el viernes y con el viernes el inicio del fin de semana. Dios vino a mi casa muy temprano y llamó al timbre. Me sorprendió, pues últimamente no se aleja de las plazas. – ¿Qué haces por aquí, Dios? ¿Cómo es que no estás acampado esta mañana? – Le pregunté. – Es […]

¡Hola!

Y llegó el viernes y con el viernes el inicio del fin de semana. Dios vino a mi casa muy temprano y llamó al timbre. Me sorprendió, pues últimamente no se aleja de las plazas.

– ¿Qué haces por aquí, Dios? ¿Cómo es que no estás acampado esta mañana? – Le pregunté.

– Es que he pensado que valía la pena salir a ver mundo un rato. Volveré luego por la noche. – Me respondió él.

La verdad es que Dios, estaba un poco deprimido por todo lo que estaba pasando, y me dijo que se quería venir conmigo a trabajar. Me dijo que si no me importaba que me acompañase en el coche, y que mientras yo trabajaba, él se dedicaría a pasearse y a hablar con la gente; así se podría distraer un rato.

A mí me pareció bien. De hecho, desde que lo conocí, me pareció que era un ser simpático y curioso: seguro que sería una buena compañía.

Una vez llegamos a Igualada, lo dejé en un bar y quedamos luego para comer. Y llegó el mediodía, y a las dos y media en punto, nos reencontramos. Comimos un menú de diez euros. Pagué yo, claro está: Dios no tiene dinero.

Se le veía extraño. No me explicaba con claridad lo que había hecho durante tantas horas solo. Pensé que no debía insistirle más y lo dejé en paz.

Después de comer, subimos de nuevo al coche y nos encaminamos hacia Lleida, mi próximo destino laboral. Sin embargo, al poco de ir conduciendo me entró un sueño que me podía. Así que paré el coche e hice una buena siesta.

– Dios, duerme tú también. Ya verás, la siesta es de los placeres más exquisitos que tenemos los humanos. ¡Seguro que te encanta! – Le dije yo.

Y os explico, si os parece bien el sueño que soñé, espero que os guste:

Andaba yo por la calle, cuando vi unas setenta personas más o menos, agolpadas entorno a un portal. Algunos lloraban, otros gritaban de rabia, otros simplemente callaban aterrorizados.

– ¿Qué pasa? – Pregunté yo. – ¿Qué sucede? ¿Por qué hay aquí tanta gente?

– Acaban de expropiar a Antonio y a su familia. – Me dijeron aquellos vecinos. – Debían unos meses de hipoteca y el banco ha pedido al juez su derecho a reclamar el piso donde vivían él, su mujer y sus dos hijas pequeñas. Los han sacado de su casa a la fuerza. Suerte que las niñas están en el colegio y no han visto como echaban a sus padres de su hogar, así como sus pertenencias eran también echadas a la calle.

De pronto se me heló el corazón. Rápidamente me abrí paso entre la gente hasta poder ver lo que sucedía, y cuál fue mi sorpresa, cuando vi, que en realidad no era cierto lo que me habían dicho. Allí no había ningún Antonio, ni su mujer. Era la casa de una señora mayor a la cual estaban echando de su hogar. La pobre lloraba desconsolada, pues ¿Dónde iba a ir a su edad? ¿Qué serían de sus recuerdos y sus enseres de toda una vida? Llevaba un batín floreado, y un disgusto que la consumía entre llantos desconsolados.

– ¡Oye! Perdona! – Pregunté a un vecino. – ¿No desahuciaban a Antonio y a su mujer?

– Eso fue esta mañana, amigo. – Me respondió el vecino- Ahora, a quien están expropiando es a la madre de Antonio, pues ella había avalado la hipoteca a su hijo, y el banco también la desahucia a ella.

De pronto, me desperté en el parque donde estaba sentado al lado de Dios. Qué pesadilla más terrorífica, pensé. Y le dije:

– Dios, no te imaginas lo que he soñado. Suerte que era solo un sueño, porque qué infernal que ha sido. – Le dije.

– En verdad, Santi, fui yo quien te hizo soñar con Antonio y su familia. Fue justamente lo que vi esta mañana mientras tú trabajabas.

Cada vez que permitimos la injusticia a nuestro alrededor, el miedo nos apresa el corazón, nos deshumaniza y nos convierte en seres que poco tienen que ver con los humanos.

¿Somos seres únicamente legales o también morales?

¿Seres sólo normativos o también éticos?

¿Humanos o sólo animales?

Quizá ha llegado el tiempo de hacernos adultos y responsables  y no permitir que nada ni nadie, pueda perder lo básico.

Santi

Nota: la historia de Antonio, su mujer y sus hijas, así como la de su madre, no es ningún cuento, se produjo la semana pasada en un barrio de Sabadell.

El mundo no es propiedad de nadie, entre todos formamos el mundo. (Conversaciones en Pl. Catalunya)

¡Hola! Dios se está poniendo muy pesado estos días. Casi no duerme. Las veladas por la noche se hacen interminables. Nos cuenta un montón de historias relacionadas con lo que nos pasa. Hoy os escribo esta, a ver si os gusta: Había una vez una mujer llamada Selegna, que buscaba ‘el secreto de la vida’. […]

¡Hola!

Dios se está poniendo muy pesado estos días. Casi no duerme. Las veladas por la noche se hacen interminables. Nos cuenta un montón de historias relacionadas con lo que nos pasa. Hoy os escribo esta, a ver si os gusta:

Había una vez una mujer llamada Selegna, que buscaba ‘el secreto de la vida’. Llevaba años viajando por todo el mundo buscando tal valiosa información. Sin embargo, no encontró ni la más remota pista que la llevase hasta tal secreto.

Y quiso la suerte, que una anciana que se encontró en un mercado, le indicase la existencia de un pozo misterioso muy cerca de aquel lugar. Decía que aquel pozo tenía la sabiduría que le podría responder a su pregunta. Sin embargo, nuestra protagonista pensó: ¿Desde cuándo un pozo habla? ¿Desde cuándo un pozo sabe?

Sin embargo, su curiosidad pudo más que su falta de fe y se dirigió hacia el dicho pozo. Una vez allí, se abocó sobre él y hacia el fondo gritó su pregunta:

– Dime pozo, ¿cuál es el secreto de la vida?

Y el pozo, sin dilación, le respondió:

– El secreto de la vida está justamente en la calle Mayor. Allí encontrarás tres tiendas. Ve y entenderás.

Selegna, entre sorprendida y desconcertada, se fue corriendo hasta la calle Mayor y efectivamente allí encontró las tres tiendas: una era de madera, otra de hilos trenzados y otra en la que vendían piezas metálicas.

Entró en cada una de ellas para ver si encontraba su respuesta… pero finalmente, viendo que allí no había nada de lo que ella buscaba, salió enfadada de aquel lugar y volvió al pozo a recriminarle. El pozo solo tuvo tres palabras para ella: ‘algún día comprenderás’.

Y pasaron los años y Selegna se hizo mayor. Ya hacía mucho que había dejado su búsqueda. Ahora estaba en su ciudad, en su casa, más concretamente estaba en su cama, donde ya esperaba a la muerte.

Un buen día por la mañana, con las últimas fuerzas que le quedaban abrió sus cansados ojos y al despertar oyó una melodía que se colaba por sus ancianos oídos. Era tan maravillosa aquella música que su corazón se despertó de golpe. Como si de pronto resucitase todo aquello que había estado dormido durante toda su vida. Maltrecha se incorporó e intentó averiguar de dónde procedía tal ensueño que por primera vez la hacía vibrar. Y pensó: ¿Pero de dónde viene esa melodía tan celestial que me da tanta paz a mi corazón?

No dudó en salir de su moribunda cama e inmediatamente hizo que la llevasen en camilla por las calles hasta encontrar el origen de tal canción. Y cuál fue su sorpresa cuando vio que era un violín tocado por un vagabundo el que hacía sonar aquellos matices en su interior. Sus ojos quedaron prendados en aquel fino y brillante instrumento. Quedó como hipnotizada por aquel mágico fruto de lutier.

Y fue justo en aquel momento que algo le vino a la mente y recordó… Aquel precioso violín estaba hecho precisamente de madera, de hilos trenzados y de piezas metálicas… Y cerrando los ojos sonrió y pensó:

– Me he pasado todo mi tiempo viendo la vida en sus pedazos separados y no he visto hasta hoy que el secreto de la vida yace justamente en verla en su totalidad: cuando las partes se unen se crea lo supremo, cuando se prescinde de alguien, se cae en la banalidad.

Y Dios, con un zumo de pera en la mano y apoyado en la barra del Zurich, seguía contándonos por qué es tan importante avanzar sin dejar a nadie por el camino: todos somos importantes, nos decía. No sobra nadie y a todos debéis tratar como hermanos.

No podéis dejar a nadie en la necesidad, ni debéis permitir el sufrimiento a nadie, pues ese dolor os lo hacéis a vosotros mismos. No se puede construir un país pisando la dignidad de vuestros mayores, de los niños y jóvenes y menos aún anulando la dignidad de las familias sin recursos.

Nadie puede dejar de tener un hospital, ni un sueldo, ni comida, ni techo. Cada vez que le hacéis eso a alguien, os lo hacéis a vosotros mismos y os maltratáis a vosotros mismos.

Nadie sería nada, sino fuese por todos, por lo que debemos contar con todos.

No hay ningún avance para nadie mientras consintáis o, peor aún, apostéis por un futuro basado en el sufrimiento de los demás.

¡Un abrazo fuerte y buena semana!

Santi

Nota: Como el lunes era festivo me fui a cambiar el mundo y no pude publicar. Disculpas y gracias a todos/as los/las que seguís con tanto cariño este diálogo. ¿Continuamos?

¡Hola!

Espero que estéis bien. Estos días han sido extraños. Cada día veo a más personas sin asistencia social y a más ancianos echados de los hospitales en los que deberían ser atendidos. A veces, ni siquiera los dejan entrar. ¿Este es el tipo de sociedad que quiero?

Sin embargo, no todo son malas noticias. Esta semana solo pude estar una noche en la Plaza de Catalunya. Por cierto, aquel interesante personaje que conocí, (Dios), sigue por allí. Volvimos a conversar, y realmente tiene un discurso inquietante. Os explico un trozo de la conversación:

– Oye Dios, ¿cómo te ha ido estos días por la Plaza?

– Bien y regular… La verdad es que es incómodo ser Dios en los tiempos que corren, me da una cierta vergüenza… Pero también bien, porque veo que la semilla de la utopía y la esperanza siguen con buena salud.

Me di cuenta que Dios tenía ganas de hablar. Creo que se sentía solo y algo triste. Por esto antes de dormir, le escuchamos un rato más:

– Durante muchos años, la gran mayoría de la gente, cuando me rezaba, me pedían la fuerza y la motivación para que les ayudase a cambiar el mundo.

– ¿Y funcionó? – Le pregunté yo.

– Pues ya ves, amigo, para nada funcionó. Toda la historia de la humanidad se escribe con las letras de la insolidaridad y la violencia. Nada ha cambiado. Las plegarias de la gente no les sirvieron para nada. Sin embargo, más adelante comenzaron a rezarme para que les concediese la fuerza de cambiar a las personas que tenían más cerca de sí: a sus conocidos, familiares, amigos… Pero tampoco sirvió de nada. Todo eran palabras y palabras, pero nada más.

– ¿Y hay alguna forma de que algo pueda cambiar? – Le volví a preguntar.

– Sí, hay una forma: hay que escoger bien qué es lo que se pide, pues todo no se puede pedir.

– ¿Y qué hay que pedir? – Le dije yo.

– Pide por cambiar tú, no para que cambien los demás, ni muchos menos el mundo. La única manera de avanzar hacia un mundo mejor es tu cambio, solo tu cambio.

Hoy más que nunca hay que levantar las manos y decir «stop» a cualquier actitud poco humana. Hoy más que nunca hay que ayudar a quien menos tiene y no secundar lo contrario. ¿Qué familia haría pagar los excesos de los que más tienen a sus mayores, niños y personas sin recursos?

¿Estamos dispuestos a asumir el reto de transformar las palabras en hechos?

¿Hasta cuándo vas a continuar permitiendo que tanta insolidaridad y voracidad devoren sin piedad a tantas familias y personas débiles?

¿Qué estás dispuesto a hacer por ser protagonista de la historia, y no un mero espectador pasivo e indoloro?

Quizá ha llegado la hora de levantar la tienda en la Plaza y colocarla dentro de nosotros. Quizá la tienda que ahora sirve mejor es una comunicación más fluida, con más acciones conjuntas y con más unión que nunca.

Santi

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