En busca del Oso – Capítulo IV: «Una Iglesia con forma de huevo»

¿Quién, en la búsqueda de un oso, no ha encontrado alguna vez una iglesia con forma de huevo?

La iglesia de Pont de Suert es de una construcción muy especial. De aquellas que es imposible obviar.

Iba yo por la calle comiéndome un increíble bocadillo de queso pirenaico (de aquellos en que cada mordisco te acerca tres pasos al cielo) cuando me vi ante aquella fachada tan estética como espectacular. Con la boca entreabierta y con el pase al cielo en forma de queso y pan, me quedé admirado ante aquella iglesia tan espléndida. Rápidamente me guardé la comida en la mochila y me dispuse a entrar. No me podía perder aquel recinto sacro.

La puerta es muy pequeña comparada con la majestuosidad de la fachada. Tuve que entrar girado, pues mi bolsa y yo no cogíamos de frente. Así que una vez dentro me dirigí hacia un lateral y me dispuse a recorrerla para no perderme detalle. Poco a poco fui llegando al altar, donde el techo se hundía hacia arriba como si quisiese arañar el cielo. Fui dejándolo atrás y comencé a volver por el otro lateral hacia la puerta de salida. Y cuando estaba llegando a la mitad de la nave, vi como se abría a mi derecha una puerta que daba entrada a una capilla preciosa.

Sinceramente era alucinante la forma que tenía: ¡tenía forma de huevo!. ¡Era como si estuviese en el interior de un huevo! Había un solo asiento que daba toda la vuelta en su perímetro redondeado. El asiento sólo se interrumpía en la entrada de la capilla y en el pequeño altar que quedaba justo enfrente de la puerta. Me pareció tan sublime la idea que no pude resistir el quedarme allí un rato y contemplar tan maravilloso concepto.

Así que pasaba el tiempo, una mezcla de cansancio y placidez, invadieron mi cuerpo y me hicieron contemplar la idea de quedarme un rato más. Por lo que me senté justo entrando a la izquierda. El silencio y el reposo que siempre me han prestado las iglesias y catedrales, me han brindado grandes y epopéyicas siestas en las muy diferentes y diversas que he visitado en mis viajes. Por supuesto, sin mencionar las espirituales sensaciones y experiencias que he podido recoger en cada una de ellas. Pero en este caso, fue sueño: un dulce y deseado sueño, que no por ser sueño fue menos sublime o menos humano.

Y el tiempo pasó… hasta que un murmullo de una voz dulce y delgada comenzó a sonar en mis oídos. Poco a poco esa voz comenzó a despertar mis ojos somnolientos. Sin embargo, algo extraño sucedió. Cuando miré hacia mi lado izquierdo, que era de donde provenían las voces… no vi a nadie. Por un momento pensé que era una alucinación propia del sueño, pero no lo era. Me asusté, pues el sonido venía de un lugar de la capilla en el que no había absolutamente nadie. Mi corazón comenzó a acelerarse por momentos.  Cuando algo escapa a la lógica razón, el miedo y la alerta toman el control… qué curioso ¿verdad? Cuanta más razón y lógica hacen falta, las suplimos por miedo y angustia… Cosas que tenemos los humanos.

Sin embargo, así que fueron pasando los segundos, se me ocurrió pensar en lo que decían aquellas palabras venidas de quien sabe donde. Hasta ese momento sólo me había preocupado de que aquellas palabras no tenían una boca visible de emisión. Sin embargo no me había preocupado qué era lo que me decían aquellos verbos.

Es curioso: es justo lo que hacemos con las personas que vienen de lejos: nos preocupamos más por su procedencia que de aquello que nos pueden decir y aportar… tenemos miedo al fin y al cabo.

Era una voz muy bella. Un murmullo sutil. Una belleza que sólo se puede percibir cuando decides darle una oportunidad. Era una voz muy dulce: una dulzura que sólo se puede deleitar cuando hay sensibilidad para disfrutarla. Era suave y muy clara y flojita a la vez. Una voz que enamoraba y que así que la dejaba sonar me iba estremeciendo por dentro. Era tan agradable aquél musitado sonido…

Iba llegando de algún lugar lejano y que por más que miraba a mi izquierda, de donde provenía, no lograba encontrar su boca. Finalmente, noté como la puerta se abría a mi derecha. Me giré y vi lo que tanto me había intrigado: era una abuelita que hablaba susurrando una oración. Todo estaba explicado: su voz recorría en círculo toda la pared y cualquier sonido que se emitía hacia la derecha, iba recorriendo todo el perímetro de la capilla hasta llegar al lado izquierdo de ésta. Era un efecto acústico maravilloso. La abuelita, en su oración, decía cosas importantes para ella. De toda su plegaria, no pude evitar recordar tres frases que anoté en mi cuaderno. Poco imaginaba cuanto me iban a servir en mi búsqueda aquellas tres anotaciones.

Salí en silencio de aquel lugar, y de nuevo, bajo un hermoso sol de media tarde, proseguí con mi suculento bocadillo hasta llegar al coche, en el que continué el viaje, que ya me adentraba en el corazón de los más frondosos y perdidos pirineos.

(continuará…)

Para el viaje:

  • Cada vez que no entendemos algo y que nuestro mundo no tiene sentido solemos negarlo, apartarlo y reprimirlo… vale la pena dejar que la incoherencia nos visite de vez en cuando. Quizás tiene mucho que decirnos sobre nosotros. A veces, el conocimiento viene de voces poco habituales: deja hablar a los que hablan flojito, desde la humildad, desde la sutileza, desde el no-experto.
  • Muchas veces damos más crédito a las voces acreditadas por un título, por un estatus, que simplemente porque son voces dignamente humanas. Escucha a los que nadie escucha: en la diferencia suelen estar las grandes aportanciones.
  • Aprender a mirar hacia el lugar donde no miramos habitualmente, nos hace ver que las cosas que pensábamos que eran tan “raras” son más normales y explicables de lo que creíamos. Entendemos el mundo según las costumbres de cada uno, no como el mundo es en realidad. Cambia tus costumbres, recíclalas: date la oportunidad de mirar hacia otros lugares. Seguramente todo será más sencillo de lo que parece.

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