La pérdida de memoria: «amnesia vital»
Evolutivamente tiene más sentido acordarse de los peligros que nos acechan que de los detalles que nos hacen disfrutar enormemente a cada momento y progresar.
Es por esto que una simple discusión o un desafortunado detalle nos pueden hacer amargar el día; y sin embargo las pequeñas o grandes cosas que nos hacen ser muy felices se nos pasan por alto. Damos más importancia a la amenaza que a la oportunidad.
Hay personas que centran su ocupación (no su preocupación) en los problemas y dedican el resto de su tiempo a reconocer constantemente las bondades y los placeres de les rodean. Sin embargo hay otras personas, cuya capacidad para sentirse agredidas es tan elevada, que no pueden dedicar su atención a ser seres vitales y plenos. Están preocupadísimos en salvar constantemente sus vidas de todos los “enormecidos” minúsculos detalles inconvenientes, convertidos en gigantes dramas: ¡Están en guerra constante!
El pensamiento “preocupativo”, no es más que una reminiscencia de nuestros ancestros compulsivamente emocionales. Entonces era más práctico temer a cualquier cosa, que dedicarse a disfrutar y reconocer la vida y la oportunidad de “ser feliz” a cada momento. En la selva, era más importante sobrevivir que vivir.
Hoy en día, seguimos siendo expertos temerosos, preocupados aplicados y dramáticos hasta el tuétano. Hemos olvidado que el ser humano está preparado para vivir: aunque no entrenado. Sin embargo, un problema de memoria hace que se nos olvide constantemente.
Una prueba de ello es que nuestra memoria poco madura y mal entrenada, cuando se despierta por la mañana, no suele bombardearnos con recuerdos enormemente positivos y placenteros, cuando la realidad es que seguro que tenemos grandes motivos para ser muy felices. ¿Dónde está la vitalidad matinal que nos debería embriagar y motivar? Nuestra memoria se olvida de recordarnos lo motivos para vivir, ocupándose de recordarnos todos los peligros y amenazas que nos deparan para el día de hoy. ¡Cualquiera se levanta contento!
Nos olvidamos constantemente de nuestra suerte, de nuestro sentir, de que lo importante es estar aquí hoy y que sólo hoy puede ser posible algo. Suena raro, ¿verdad? Tranquilas/los: sólo es un problema de hábitos perceptivos. Se llama “amnesia vital”.
Para pasar de ser una persona “superviviente” a ser una persona “vital”, hay que entrenarse: gimnasia para la mejora de memoria emocional. Uno no se puede poner el traje de la vitalidad de la noche a la mañana. Sobretodo, cuando nos han enseñado a desconfiar, a temer, a huir, a agredir… La inteligencia emocional, nos permite sacar el máximo rendimiento de nuestra potencialidad y convertirnos en personas “vivas” y no en supervivientes. Deberemos acordarnos de quienes somos y de recuperar nuestra memoria vital. Sino seguiremos dormidos en el olvido perpetuo.
Será necesario ser consciente de nuestro torrente abrumador de las sutiles y disimuladas emociones negativas, que nos hacen ser sutil y disimuladamente agresivos, vengativos, poco generosos, distantes…
Las emociones son más que rápidas y contundentes en su aparición y en su acción. Son muy incontrolables justo cuando se están produciendo. Será necesario trabajar en prevención, cuando éstas aún no han aparecido. Justo cuando en nuestro interior hay emociones más positivas y sanas: ¡Ese es el momento ideal!
Tu memoria, igual que la de cualquier persona, hace accesible las emociones, pensamientos y actitudes que tú consideras importantes. Si esas emociones que sientes son mayoritariamente negativas o simplemente te privan de una calidad de vida saludable y plena: es que has aprendido que las emociones y vivencias importantes para ti son precisamente esas.
La memoria se preocupa de las cosas que tú consideras importantes. Sobrevivir o vivir: esa es la cuestión.
Cuando nos olvidamos de vivir, sólo nos queda la supervivencia y morder el polvo todos los días.
La pérdida de la memoria vital nos condena a la pérdida de la vida y a las galeras de la preocupación constante.
Recordar tus motivos vitales y entrenarse para ser feliz tiene un precio y una recompensa: entrenarse para vivir y la felicidad.
El cuento
“Había una vez un señor que tenía una camisa blanca en su armario. Se la ponía todos los días de fiesta. Vivía en una cabaña, lejos del poblado. Dicen que todos los días se iba a pescar silbando una alegre canción.
Corrían por aquél entonces noticias que el rey de aquél país, estaba muy interesado en ser feliz. El rey, entendía que para tener algo, había que quitárselo a alguien que ya lo tuviese. Fue por esto, que harto de ser un infeliz, pensó en subir los impuestos hasta que sus arcas rebosasen de dinero hasta reventar. Los habitantes de aquél país, no podían soportar aquellos pagos tan elevados. Algunos comenzaron a perder la felicidad, pues cuando falta el pan… ¿qué se puede esperar?
El rey, no contento y no feliz aún, pensó en comenzar a cobrar en especies, pues intuía que si todavía no era feliz era porque todavía no era demasiado rico. Desplumó a todos de todo. Dejó el reino en la más absoluta pobreza. No quedaba ni un céntimo, ni un saco de harina, nada… sin embargo, él no estaba feliz aún. Al contrario, cada vez estaba más agrio y furioso.
Ante el desespero, mandó llamar a sus mejores caballeros y les dijo:
-Lo más probable es que alguno de los aldeanos tenga la felicidad en su poder y por eso yo aún no la he encontrado. Quiero que vigiléis a todos y cada uno de los habitantes del país, pues alguno de ellos debe tener escondida la felicidad que yo no tengo.
Y así fue. Sus treinta caballeros viajaron día y noche por el reino para encontrar a quien fuese que tuviese un atisbo de felicidad. Cuando ya habían pensado en volver con las manos vacías, encontraron en un lago a un hombre, el cual silbaba mientras pescaba con un hilo. Lo siguieron sin que él se diese cuenta y vieron que, como al resto de habitantes, no le quedaba nada de dinero; y su cabaña era más bien una choza desmontada. Es más: su ropa se reducía a una “camisa blanca” que se ponía todos los días, pues no le quedaba otra. Aquél hombre, inexplicablemente contento, atesoraba la felicidad: ¡lo habían encontrado!
Informado el rey, se dispuso en su caballo y se dirigió veloz hasta aquél lugar del reino. Después de un largo camino que duró días, al llegar a la choza de aquél aldeano, desenvainó su espada y acorraló al hombre de la camisa blanca contra un árbol y le dijo:
– Antes de morir, puedes escoger una muerte rápida, si me dices dónde guardas el motivo de tu felicidad. Si no me lo dices, igualmente, mis caballeros removerán hasta el último gramo de tierra de tu parcela hasta encontrarla. Así que elige.
– Mi señor – dijo él.
Cierto es que tengo un motivo para ser feliz. No me lo ha puesto usted fácil durante estos meses. Sin embargo no es un motivo que lo tenga escondido en ningún lugar: está a la vista de todos, pues sinó no sería motivo de felicidad.
– ¡Habla ya! – respondió el rey.
– También he decirle que, por muy aparente que sea mi motivo, Vos no podrá ser feliz con él.
– ¡Yo puedo tener lo que quiera, miserable! Dime! ¿Dónde está?
– Vos no podrá ser feliz nunca, pues yo tengo algo que Vos no poseéis.
– ¿Qué es? – gritó.
El hombre de la camisa blanca, sonriendo le dijo en voz baja: – Se llama “ilusión”
Fin.
La memoria es selectiva… sólo recuerda lo que considera importante recordar.
2 comentarios en “La pérdida de memoria: «amnesia vital»”
Ei, continúa. Esto es el principio de un libro.
Petonets,
Marta
Què no ens falti mai la il.lusió!!!! tot i que…..jajajajajaja….ara no vull semblar un polític molt conegut que te un eslogan, una «coletilla archiconocida» molt semblant…jajaja! «Amb il.lusió»!! Què bé escrius, Santi!