En busca del Oso – Capítulo II: «No hay carta, solo bocadillos»
Eran las 15:00, y llevaba una hora y cuarto adentrándome por las inmensas explanadas de Lleida. Estaba a punto de llegar a la gran cordillera pirenaica. Se veía a lo lejos… se presentía muy cerca y espectacular. Me encanta retrasar el placer y hacer más deliciosa la imagen de aquello que está llegando sin dejar de mirarlo. Todo me parece más intenso cuando se comienza a intuir y te detienes para presentirlo. Impresionado por tan imponente imagen que se levantaba ante mí, detuve el coche y salí de él alucinado por tan espectacular imagen.
Después de continuar el viaje, al cabo de una media hora, me pareció una buena idea hacer caso a mi estómago hambriento y paré a comer un delicioso bocadillo en un bar de carretera en medio de los bellos parajes prepirenaicos. Qué poco imaginaba lo que allí iba a encontrar.
Hacía un sol inmenso. Salí del coche y me encontré en un pueblo desierto, lleno de una luz propia de la tarde y por donde de vez en cuando pasaba algún coche solitario y acelerado. Entré en el vacío bar y pedí a la rubia camarera, y de escasísimas palabras, la carta. Con una mirada de altivez me dijo:
– No hay carta, sólo bocadillos…
Digamos que no le hice mucha gracia. A lo que le respondí:
– Ya… ¿y tiene carta de bocadillos?
Porque claro… los bocadillos también tienen derecho a tener carta. Pero ella, sin turbar ni un solo poro de su cuerpo me volvió a decir.
– No hay carta: sólo bocadillos.
En fin… que no le caí bien.
– Uno de tortilla por favor… si a usted no le es mucha molestia.
Me habían hablado tanto del oso que estaba totalmente dispuesto y motivado a encontrarlo. Dicen que es solitario, que se deja ver poco, que cuesta verlo. Yo pensé que si era un animal tan grande, no podía ser que fuese tan invisible. Así que ante la mirada poco receptiva de la camarera, me dispuse a preguntarle por aquél maravilloso animal:
– Perdone, no sé si le importará que le pregunte por el oso. ¿Sabe usted cómo es él? ¿por dónde suele andar? ¿ha pasado por aquí? ¿a qué dedica el tiempo libre?
Ella, todavía acentuó más aún su mirada de escepticismo sobre mí. Esta vez ni siquiera me respondió. Se dio la vuelta, sin ningún tipo de miramientos e hizo como si yo no existiese. Acto seguido se volvió a girar hacia mí, con el bocadillo (muy bueno, por cierto), en un plato, y me lo dio. Y ante mi mirada perpleja y alucinada por la forma de pasar de mí, la chica me volvió a dar la espalda y se fue a la otra punta del solitario bar y me ignoró por completo. Aprendí que sólo aquellos que tienen voluntad de ver, pueden ver. Ella en mí no vio más que a alguien a quien no valía la pena ni atender… Seguramente harta de los típicos pesados de las barras de bar. Cabizbajo y apesadumbrado me fui vagando hacia mi humilde mesa a comer mi buen bocadillo, que tan buena compañía me hizo.
Sin embargo, como en cualquier aventura, algo debía de suceder en aquél estéril lugar, pues antes de acabar mi modesta comida, entraron dos chicas de unos treinta años: era como si la civilización hubiese llegado a aquél lugar. Fue como un soplo de aire fresco. Pidieron dos colas y dos bolsas de patatas. Estaban algo nerviosas, algo les urgía por dentro. En aquel momento salí al coche, el cual estaba aparcado en la misma puerta del bar, a buscar un diario que me acompañase el ágape. Al verme ellas abriendo el coche, salieron apresuradas a la puerta y me dijeron si iba dirección Viella. Yo asentí y les dije que sí. Enseguida me propusieron si las podía acompañar hasta Pont de Suert, un pueblecito que me cogía de camino. Por supuesto, me pareció una gran oportunidad para conocer a personas interesantes. Estar abierto hace que las cosas sucedan. ¡La aventura continuaba!
(continuará)
Para el viaje…
- No todo lo que no ves, no significa que no exista, sino que, simplemente, no lo ves.
- Retardar el placer máximo permite tomar más conciencia de las cosas, alargar los estados de placer y tener un sentido más placentero de todo aquello que nos sucede. Retardar la gratitud, el placer, el cénit… vale la pena.
- A veces, cuando todo parece estar perdido, alguien entra por la puerta y cambia todo el escenario. Estar atento permite detectar los pequeños cambios que hacen radicalmente diferentes nuestra realidad y la transforman.
- Estar abierto hace que las cosas puedan suceder y manifestarse.
1 comentario en “En busca del Oso – Capítulo II: «No hay carta, solo bocadillos»”
La casualidad no nos acompaña. Todo aquello que sucede, tiene su momento y su ocasión porque estamos en predisposición a ello.
Me ha gustado leer la busqueda del Oso, encontrarlo o no como comentas dependerá de la obertura y profundidad de nuestra mirada, aquella más intensa que nuestros ojos, la mirada interior hacia todo aquello que nos rodea.
Cierto, que perdemos grandes momentos de nuestro alrededor por no prestar atención a lo que vivimos…
Me gusto leer!
Un saludo.
Lídia.