En busca del Oso – Capítulo VI: «Perdidos en el bosque…»

Siempre he pensado que cuando no hay luz que te alumbre, es cuando tiene que brillar más que nunca la luz propia: la luz de uno mismo.

El día siguiente comenzó soleado y alegre. Los temores por el oso acosador de ovejas, habían disminuido en aquel pueblo. Pasé el día siguiendo mi ruta trazada la noche anterior.

Después de comer en un paradisíaco lugar, pensé en la posibilidad de adentrarme en uno de los bosques más bellos que había en aquella comarca pirenaica.

No tenía muy claro si tendría suficiente luz del día o se me echaría la noche encima. Así, que abrí el maletero del coche y cargué en mi mochila un saco de dormir y algo para comer.

La entrada en aquél bosque era tan impresionante… Cientos de abetos enormes, que tan tupidos, impedían la entrada del sol bajo sus ramas. Adentrarse en aquella frondosidad suponía dejar de ver la luz del día

– ¿Cómo sería de noche si de día era tan oscuro? – Pensé yo.

Comencé a subir camino arriba, y así que me adentraba entre aquellos troncos, un ocaso de luz se cernía tras mis pasos. Hasta el silencio cobraba otro valor en aquel espacio que no dejaba entrar más sonido que el propio de los animales y el viento que allí paseaban. Sin embargo, he de reconocer que las sensaciones eran tan bellas, inmensas y salvajes. Todo hacía estremecer: Vida en estado puro, un regalo para el espíritu.

Fueron tantas las imágenes que me sorprendieron, que no pude evitar pensar que una morada como aquella no podía ser otra que la de mi amigo oso. ¡Qué listo el colega! Un rey con reino, un ser libre en un paraje profundo y bello.

Sin darme cuenta, el sol se desanimó del todo a continuar intentando traspasar las intraspasables ramas de aquel jardín natural y finalmente se fue al otro hemisferio del planeta a probar suerte. Y efectivamente, si antes había poca luz, ahora no había ninguna.

Creo que un atisbo de miedo me sobrecogió, pues ya estaba muy lejos de la civilización, y mis recursos eran mi cuerpo y el contenido de la mochila. Me sentí como cuando alguien entra a hurtadillas en casa de alguien a quien no conoce. Me sentí como en la casa de otro ser, al que no había pedido permiso para entrar. La verdad es que tuve miedo.

Sin embargo, continué con una linterna mi camino para encontrar un lugar seguro donde poder dormir aquella noche. Siempre he pensado que cuando no hay luz que te alumbre, es cuando tiene que brillar más que nunca la luz propia: la luz de uno mismo.

Y el tiempo pasaba y el cansancio aumentaba… y la luz (más bien la batería), desfallecía. Más que nunca entendí lo importante que es garantizar el combustible de nuestra luz propia… yo no lo hice, y sobre las 11 de la noche, cuando más frío y más ensombrecido estaba aquel profundísimo valle, me quedé totalmente oscurecido y sin poder dar un paso en ninguna dirección.

Y el miedo aumentaba… Cualquier ruido me hacía alertar. Tuve que hacer esfuerzos para controlar mi estado de atención, pero te aseguro que no siempre lo conseguía. Mi esperanza era pasar desapercibido y esperar a la mañana a que volviese el sol a iluminar mi viaje.

Mi estado de nervios era ya tan grande que finalmente me puse a caminar a tientas. No podía pasar más tiempo en aquella situación, detenido y anclado en aquel lugar. Por supuesto, sin poder consultar mi mapa, ni poder ver hacia donde iba, aún me perdí más y aún más empeoró la situación. Sin embargo, poco imaginaba yo que lo más emocionante aún estaba por suceder.

Por fin me calmé un poco y pensé en todo aquello que me podría perder si continuaba haciendo caso al eco de mis miedos. Rápidamente desplegué el saco de dormir y me introduje dentro. Me hice un hueco entre ramas y hojas y me envolví entre ellas y me quedé quieto, escuchando la naturaleza y tranquilizando al miedo. Estaba tan cansado y asustado que no podía conciliar el sueño.

Sin embargo, cuando más perdido en mi conciencia estaba, algo sucedió. Una mezcla de sueño y cansancio hizo surgir un efecto en mí que me hizo entrar en una profunda y agradable sensación de bienestar. Comencé a oír pequeños sonidos que parecían, en su sonar, una bonita melodía. Centré allí mi atención, pues me parecieron tan agradables y tan cercanos que parecía que estuviesen hechos para mí. Me giré hacia un costado para oírlos mejor y efectivamente, era una dulzura escuchar tan sencilla canción. Enseguida comencé a percibir otros sonidos que sonaban acompasados como si estuviesen coordinados, como si tocasen a la vez. Mi miedo iba saliendo de mí, hipnotizado por aquella melodía y se iba poniendo a un costado: pude sentir como salía… Sin embargo no quise que se fuese del todo, pues era mio, y tenía muchas cosas que contarme de mí. Le pedí que se quedase a escuchar en la cada vez menos oscura noche, aquella sinfonía que tocaba para nosotros.

He de reconocer que se estaba tan bien… Fue una sensación de paz tan grande que no pude remediar olvidar todos mis pesares y pánicos y entregarme a aquel delicioso y agradable momento que se mostraba ante mí.

Y ahora que recuerdo: me olvidé totalmente del oso. Ya no era necesario encontrarlo: lo que había hallado era tan increíble que cualquier expectativa se quedaba corta.

La última imagen que vieron mis ojos fue la de una mirada que robé al cielo para hacerme con el brillo de su más estrellado firmamento… Un mar de emociones maravillosas me envolvió y me abrió la mirada a tan increíble paisaje de sonidos y tal sonora orquesta de bellísimas sensaciones.

Todo se veía tan increíblemente bello… Me sentí, no un ajeno, sino un aceptado. Como si volviese a casa después de mucho tiempo de haber estado fuera. Superada la puerta del miedo, sólo quedaba la acogida que tan gigante y bondadoso lugar me ofrecía con generosidad, como a uno más.

Y en medio de aquel increíble abrazo que aquel lugar me prestó, quedé totalmente dormido y acurrucado, mecido y acunado por las más bellas nanas y caricias de cualquiera de las muchísimas manifestaciones de afecto que aquella montaña me dio.

Me sentí más seguro y más protegido que nunca. Una sensación de paz me acabó llevando al más profundo y agradable sueño…

Un hermoso e invisible valle me envolvía amorosamente y me hundía en su profundidad para dormirme en su abrazo. Y el miedo durmió tranquilo a mi lado, sin la necesidad de poseerme. Mi miedo y yo nos hicimos amigos.

 

(el final, el día 8 de octubre entre a las 11:30 am i las 17:30 pm…)

1 comentario en “En busca del Oso – Capítulo VI: «Perdidos en el bosque…»”

  1. Cristina says: -#1

    Bueno Santi, el 8 de octubre estaré atenta a ver cómo termina esto. De momento te puedo decir que en esos bosques de hayas eternas he visto brillar a cualquier persona, con la luz de la alegría, de la paz, de la transparencia, con la luz que presta la naturaleza al ser humano cuando este se funde con ella, cuando vuelve a su cuna hecha de amor y de belleza. En esos bosques, y bajo millones de estrellas, he visto arder los corazones más secos como los maderos en verano, quizá amargados por el devenir de sus vidas oscuras y sin ninguna meta. Porque el cuerpo se conforma con bien poco, y se le engaña con cualquier consuelo, pero el corazón…el corazón siempre necesita de un fuego en el que arder, consumirse, enloquecer…
    Y los paseos por los bosques, las horas pasadas a la orilla de los ibones, las noches de vivac bajo un manto de estrellas, vivir el amanecer en una tienda de campaña sobre el blanco manto de la nieve de diciembre y escuchar el silencio, pero el de verdad, el silencio que no se puede escuchar….son fuegos que poco a poco, van quemando los miedos del alma hasta hacernos sentir libres de verdad y llenarnos de Amor, para poder darlo a los demás.
    Si quieres encontrar osos, busca La Senda de Camille.
    Un beso por cada estrella que brille hoy en el cielo de Barcelona.
    Cristina desde los Pirineos (donde hoy brillan todas las estrellas)

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